jueves, 1 de diciembre de 2016

NOVEDAD

MI NUEVA NOVELA AL FIN ACABADA;
APRENDIENDO A AMAR

Después de unos meses de noches en vela, de permanecer aislada en mi mundo recreando la historia que rondaba por mi cabeza, y conociendo personajes que me sorprenden por sus ganas de vivir, AL FIN HE TERMINADO MI NOVELA.
Mi nuevo trabajo, es un libro muy especial para mí. El motivo es por que quiero dedicárselo a mi madre, y porque me he inspirado en los libros de Jane Austen. Sin duda mis favoritos. Una combinación que ha convertido este proyecto en toda una odisea.
Sobra decir que pertenece al género de novela romántica histórica, en concreto a la época victoriana. Una de mis favoritas y en ella he tratado de seguir mi estilo e intentar haceros reír, llorar y emocionaros.
Su historia trata del conde Braxton Brandbury, un hombre que se casa por dinero con una dulce, vivaz y hermosa heredera, Jane. Pero esto es solo es el principio de sus problemas, ya que él está enamorado de Charlotte. Una mujer apasionada y cautivadora que, al igual que él, necesita un matrimonio de conveniencia para salvar a su familia de la pobreza. 
Toda un dilema que deberás descubrir tras sus páginas y descubrir que significa para el orgulloso conde de Brandbury aprender a amar, el título de mi libro.
Os dejo el primer capítulo de la novela por si queréis conocer un poco más a este personaje y descubrir las causas de su infortunio.
Gracias por seguirme y por vuestro apoyo.
Un abrazo.


Capítulo 1


Hampshire, Inglaterra
Primavera de 1873

Aunque se trataba de una hora temprana, las calles de Londres ya estaban atestadas de comerciantes, transeúntes y pilluelos que vagaban por la ciudad a la caza de un incauto al que robar. Algo normal para una urbe  superpoblada que cambiaba para adaptarse a los nuevos tiempos y que luchaba con uñas y dientes para salir adelante.
Lo que no era tan normal a esas horas, era ver parar un lujoso carruaje frente a la puerta del prestigioso bufete de abogados Jenkins & Hopkings. No por ser poco frecuente que un destacado miembro de la nobleza se adentrarse entre sus muros, sino por ser una hora tan poco apropiada para un aristócrata al encontrarnos al inicio de la temporada.
Las miradas más curiosas no quisieron perderse detalle y así poder decir que habían visto al conde de Hampberg, al marqués de Cordugert o a cualquier otro honorable miembro de la alta sociedad. Cuál fue su regocijo cuando pudieron contemplar durante unos instantes al magnífico y enigmático conde de Brandbury. Título que acababa de heredar tras la muerte de su padre y que contaba con un suculento escándalo a sus espaldas.
Y es que tiempo atrás, debido a una fuerte discusión, padre e hijo habían roto todos los lazos que les unían, excepto los que la sangre ligaba por necesidad. Esta separación no pilló por sorpresa a nadie de entre sus conocidos, pues el fuerte carácter de ambos, sus maneras de pensar opuestas, y el legendario orgullo de la familia, les impidieron sostener una convivencia cordial y terminaron alejándose sin posibilidades de reconciliación. Todos estos motivos los mantuvieron apartados durante los seis años que el viejo conde sobrevivió a estar sin su hijo, y en los cuales vivió en soledad en su aislada mansión campestre.
En el pasado el joven Braxton, conocido ahora como el nuevo conde de Brandbury, había estado esperando impaciente hasta cumplir su mayoría de edad, para recibir una pequeña herencia por parte de su difunta madre, y así poder independizarse de su dominante padre. Con ganas de probar suerte en el mundo y demostrar su valía en la vida, se dedicó a probar en el negocio de las importaciones, con el fin de ver crecer su fortuna y de hacer sufrir a su padre por tener un hijo que se manchaba sus ilustres manos con trabajos propios de plebeyos.
Si bien la fortuna no le favoreció durante los primeros años, las ganancias le hicieron vivir cómodamente pero sin lujos, aprendiendo con el paso del tiempo de sus errores. Pero no estaba en la naturaleza del joven Lord rendirse, y aprovechó esta etapa de su vida para hacer contactos con el fin de sacarles provecho en un futuro cercano y crear amistades, como sucedió con Aron Sheldon, un joven hombre de negocios.
Sus ideas y su forma de actuar se ganaron algunos reproches y el desplante de las familias más respetables de Londres. Pero también pudo contar con el respaldo de un buen número de aristócratas que como él, pensaban que el momento del cambio había llegado, pues con la aparición de la industria, los nuevos adelantos, y la migración a las ciudades, la antigua forma de vida inglesa estaba llegando a su fin.
Si en algo era conocido el nuevo conde de Brandbury era por su porte elegante, su mirada de mar embravecido, su rebelde cabello azabache y su impecable forma de vestir. Se le consideraba además como un hombre serio, formal, reservado y nada dado a los excesos. Virtudes que muchos catalogaban como defectos y otros elogiaban sin reparos.
El joven Lord era calificado como un dandi al que las damas seguían con la mirada en las pocas ocasiones en que se dejaba ver, pues sus apariciones en las veladas sociales eran tan escasas que descubrirlo en una de ellas se consideraba un acontecimiento. Se rumoreaba que su mayor amor era su negocio y que contaba con los favores de una amante a la que mantenía en secreto. Algo normal en un joven heredero de veinticuatro años.
Pero ese día el semblante del nuevo conde era más adusto de lo normal y ninguna mirada se atrevió a cruzarse con la suya. En muy pocas zancadas  consiguió llegar hasta la puerta del prestigioso bufete, y con solemnidad entró decidido al interior del oscuro edificio de ladrillos.
Sin dilación, y con la eficacia propia de un servicio de tan alta fama, el joven Lord fue llevado hasta el despacho donde el mismísimo Jenkins le estaba esperando. Con la puntualidad propia de un inglés, la alta figura del conde hacía su entrada en el mismo momento en que las campanadas del reloj de cuco sonaban dando la hora acordada.
Como era de esperar el viejo y rechoncho abogado se levantó para recibirle con el respeto que un conde merecía. Cortés se inclinó para saludarle y le indicó que tomara asiento frente a él. Sus años de abogacía entre nobles le habían enseñado que las formalidades eran necesarias si quería prosperar, pues un simple abogado sin apellido destacado no podía hacer carrera, sin estar sujeto a los caprichos de los que habían nacido en cunas más elevadas.
—Lord Brandbury —empezó diciendo el abogado—, en nombre de Jenkins & Hopkings le doy nuestro más sentido pésame por el fallecimiento de su padre.
Sin la mínima muestra de pesar en el rostro, el nuevo Lord simplemente asintió, y sin más tomó asiento dejando claro de esta manera que el tema quedaba zanjado. No es que el nuevo lord no tuviera corazón, ni mucho menos, sino que las normas de etiqueta impedían mostrar en público cualquier emoción que fuera impropia de un caballero.
Jenkins conocía estas normas y por ello no le dio importancia a su sequedad de carácter. Llevaba muchos años sirviendo a los nobles y ya pocas cosas le sorprendían de ellos. Este era el motivo por el cual habían elegido como lema principal de su bufete; escuchar, callar y olvidar.
—Si le parece bien podemos empezar con… —incómodo por las noticias que debía decirle, carraspeó para ir preparándose— Los asuntos pendientes del difunto conde de Brandbury.
Una leve inclinación de cabeza de su interlocutor le indicó que estaba de acuerdo, otorgándole también de esta manera su permiso para continuar.
—En primer lugar, le comunico que puede disponer de Brandbury´s House cuando milord lo crea oportuno, pues dispuse que todo estuviera preparado para su llegada en caso de que…
—¿Qué es lo que tanto le cuesta decirme? —la voz firme del conde le cortó en seco y le indicó que era un hombre con poca paciencia al que no podría manipular.
Si bien el anciano abogado era conocido por su sangre fría, la profunda voz del conde le hizo empezar a sudar y a maldecir su mala suerte. Nunca había sido de su agrado el dar malas noticias, y mucho menos cuando se trataba de individuos con un carácter tan arisco como el del joven Lord. Armándose de valor, y secándose el sudor de la frente con un fino pañuelo de lino, solo pudo respirar profundamente y rezar para salir lo antes posible de esa reunión.
—Lamento comunicarle que debido a una mala gestión en las tierras por parte de su difunto padre, su herencia se ha visto seriamente mermada.
Un silencio pesado se posó sobre ellos y resecó las gargantas de ambos oradores. Cuando Jenkins empezó a pensar que Lord Brandbury se había quedado petrificado, este dio una ligera muestra de que aún respiraba pues tomó aire para disponerse a hablar.
—Continúe —fue lo único que pudo decir.
—Por lo que he podido verificar, su padre fue perdiendo dinero año tras año al negarse a hacer mejoras en sus tierras y centrarse en mantenerlas como las había heredado. Todo el capital disponible ha ido a parar a sus acreedores, que no eran pocos, por lo que la herencia se ve reducida al título  y a las tierras.
—Un título que no vale para nada si las tierras generan pérdidas.
—Estoy seguro de que un hombre con su talento sabrá cómo sacarles provecho. Solo necesita una fuerte inversión de capital para efectuar las mejoras y en unos pocos años la grandeza de los Brandbury estará restituida.
El semblante serio de Lord Brandbury le indicó al abogado que las condiciones económicas del caballero no eran tan solventes como se creía, y por ello la noticia había sido acogida como un jarro de agua fría en pleno invierno. Un brillo burlón apareció en los ojos del joven conde, consiguiendo que Jenkins volviera a respirar con normalidad.
—Muy propio de mi padre el dejarme al borde de la ruina. Al final el viejo se salió con la suya y me ha devuelto con creces todos los agravios que le causé  durante estos años.
—Imagino que usted no sabía nada de esta desafortunada situación.
Una fría mirada le hizo temblar, indicándole que su respuesta era obvia y que no estaba de humor para tonterías.
—El caso es que… —carraspeó por segunda vez— es necesario hacer unas mejoras en las tierras o en un par de años podría perderlo todo.
—¿En qué condiciones está la mansión? —quiso saber el conde.
—Me tomé la libertad de hacer un inventario de sus bienes, y de comprobar la situación de Brandbury´s House. He de comunicarse que aunque la mansión esta algo antiguada, pues carece de las nuevas comodidades, su mantenimiento no se ha descuidado y no presenta un deterioro importante. Si bien, como es lógico, es conveniente realizarle algunas reformas para mejorarla y adecentarla para impedir su deterioro.
—¿Cuánto capital necesitaría para empezar con las reformas en las tierras?
—He hecho unas estimaciones con los gastos más urgentes y necesitaría veinte mil libras para empezar y otros quince mil para terminar con todas las reformas.
—¿Me está diciendo que debo invertir una fortuna de treinta y cinco mil libras para no perderlo todo?
—Me temo que así es milord.
—Y según me ha dicho, no obtendré beneficios hasta pasados unos dos años.
—Como mínimo.
Con todas las palabras dichas y toda la penosa situación asimilada, Lord Brandbury dio por terminada la reunión levantándose de golpe. Si bien había sido educado para mantener el aplomo ante cualquier situación, está a la que se enfrentaba distaba mucho de ser la adecuada para mantener la calma.
Si no hubiera sido por qué era un caballero, se habría puesto a maldecir a su padre y a su estúpida y antiguada forma de vida. Por culpa de la obstinación ahora estaba a punto de perderlo todo pues su pequeña fortuna distaba mucho de poder mantener unos gastos tan elevados como los que necesitaba las tierras familiares.
La palabra ruina flotaba por su cabeza cuando salió del despacho sin mirar atrás, y se acomodó en su coche de cabellos esperando a que llegara el sosiego. Todos sus planes, sus sueños e inversiones giraban en torno a esa herencia que creía su salvación, y que había resultado ser una losa que le oprimía las entrañas.
Durante seis años luchó por hacerse un hueco entre los Lores del reino y la nueva clase emergente de ricos empresarios. Ganó cada penique con esfuerzo y aplomo con el fin de llegar a prosperar y ser respetado. Pero lo que más le dolía era que esperaba esa herencia para poder desposar al amor de su vida, pues la hija de un conde se merecía un marido que pudiera mantenerla y no hacerla perecer en la pobreza. Jamás llevaría a su amada a una vida de penurias y necesidades, cuando lo que deseaba era entregarle el firmamento entero y una vida con los lujos a los que estaba acostumbrada.
La mala fortuna hizo que el tiempo no estuviera a su favor, pues hacia solo unos pocos meses se había asociado con su viejo amigo Aron Sheldon en la construcción de una fábrica textil, y todo indicaba que tras esperar un par de años la empresa empezaría a generar beneficios sustanciosos. Confiaba en la palabra de su amigo pues este provenía de una prospera familia de comerciantes y sabía que podía confiar en su criterio. Solo era necesario tiempo y eso era justamente lo que no tenía.
El plazo de espera de su amada Charlotte se agotaba, como también giraban en su contra las manecillas del tiempo en lo referente a su herencia y a su negocio. Tenía que encontrar una solución urgente o dentro de un par de años las deudas generadas por las tierras se comerían los beneficios de su fábrica, sus ahorros y su futuro junto a Lady Charlotte Whestton.
Con este pensamiento se dirigió a su casa en Mayfair deseando sumergirse en un buen bourbon, y poder olvidarse de su padre y su maldita herencia. Mañana se enfrentaría al mundo y a las lágrimas de su amada Charlotte cuando le contara que su matrimonio debía esperar, o peor aún, posponerse indefinidamente.
Nunca antes había lamentado tanto llamarme Lord Braxton Jennins, conde de Brandbury.