sábado, 24 de septiembre de 2016

FRAGMENTO: El milagro de amar


Me gustaría mostraros un FRAGMENTO de mi nuevo libro EL MILAGRO DE AMAR. Una historia de amor donde podréis sentir, reír, llorar y sobre todo soñar.



Caminábamos despacio sintiendo nuestra cercanía cuando algo mágico nos sorprendió. Al principio no sabía qué había pasado, solo noté que ella se paraba en seco y miraba fijamente al cielo. Yo no podía ver más allá de su rostro y aproveché para contemplarlo cuando unos copos de nieve se posaron sobre sus mejillas y su cara se ilumino.
— ¡Esta nevando! —notó ilusionada como un niña.
Escuché su risa, vi su rostro, y sentí que ante mí tenía a la mujer perfecta a la que no podía perder. Con ella todo era mágico y enigmático. Un laberinto sin salida del que no deseaba escapar. Quise que me transmitiera su energía, su entusiasmo por la vida y su capacidad para amar. Con ella podía empezar de nuevo y ser una persona diferente, al haber encontrado una compañera que me podía hacer olvidar lo que era la soledad.
Su sonrisa me contagió y le devolví su alegría.
— ¡Mira! —Me señaló al cielo—. ¡Está completamente blanco!
Con reticencia aparté mi vista de ella y la elevé al firmamento. Se veía espectacular, pero sentía melancolía al no poder contemplar su rostro y volví a bajar la mirada. Para mi sorpresa la descubrí mirándome. 
Fijamente contemplándonos, nos quedamos parados mientras algunos copos de nieve empezaron a caer envolviéndonos. Ella alargó su mano enguantada y acarició mi cara siguiendo el rastro de mi mandíbula.
— Tienes nieve en la cara —me dijo con una voz tan suave como su caricia.
Cuando acercó su mano a mi boca se la atrapé en el acto. Le retiré el guante de la muñeca y la saboreé besándola con dulzura. Para mí regocijo, escuché como lanzaba un suspiro. La seguí mirando con fijeza, pues no quería perderme ni un solo instante, y noté cómo temblaba no solo por el frío sino por mi toque.
— ¿Tienes frío? —Ella negó con la cabeza.
— ¿Y tú? —me preguntó.
— A tu lado es imposible congelarme —le ofrecí mi sonrisa seductora—. Más bien diría que es imposible no quemarme.
Sus ojos se agrandaron y pude ver que tragaba saliva. Aún sostenía su mano cerca de mis labios, y noté cómo su pulso se iba alterando. De pronto nos vimos rodeados de un sinfín de copos de nieve e instintivamente miramos al cielo para ver la avalancha que empezaba a caer sobre nosotros.
— ¡Corre! —le dije y tiré de ella para refugiarnos.
Corrimos por la calle mientras escuchaba su risa tras de mí. Nos metimos en un portal para resguardarnos y para nuestra sorpresa descubrimos que estábamos cubiertos de nieve.
— ¡Pareces un muñeco de nieve! —me dijo sin poder parar de reírse.
Solté una carcajada y le contesté:
— Me han llamado muchas cosas pero, muñeco de nieve, nunca.
— Bueno, siempre hay una primera vez para todo —replicó con buen humor.
— Sí —la miré a los ojos y le dije en un suave murmullo—: Siempre hay una primera vez.
Y pensé que nunca había sentido nada igual por otra mujer; tan fuerte, tan impulsivo e irracional, tan perturbador y excitante, tan alejado de lo que era normal en mí, y tan embriagador que no quería despedirme de ella por miedo a no volver a verla.
— Mi casa está cerca y se está haciendo tarde —ella me soltó de pronto rompiendo todo el encanto.
Me sentí furioso, yo solo pensaba en cómo estar un poco más a su lado, mientras que ella parecía resuelta a deshacerse de mí. Fue como si una avalancha de «te lo dije» cayera sobre mí despertándome de mi sueño. Me sentí estúpido por ser el único en sentir algo entre nosotros.
— Esperaremos un poco —propuse algo seco.
Asintió con la cabeza mientras seguía sacudiéndose la nieve y caí en la cuenta de que a lo mejor ella lo había dicho al sentirse cansada, mojada y helada. «¡Eres imbécil, siempre pensando en ti!». Me sentí mal por no haberme preocupado antes de su bienestar y sí el haber considerado lo que yo necesitaba. Tendría que aprender a ser más permisivo y comprensivo pues, si quería conquistarla, no podía comportarme como un ogro furioso cuando me contradijera.
— Si tienes frío podemos salir corriendo hasta tu apartamento —le comenté con más suavidad intentando no parecer un patán.
Me contempló con admiración y en ese momento creí que podía conseguirle el mundo entero si ella me lo pedía. Respiré, relajándome al darme cuenta que el sueño de estar a su lado aún continuaba.
— No hace falta, esperaremos.
— ¿Estás segura?
Me acerqué a ella frotándole las manos para que entrara en calor. Ella asintió mientras su frío aliento escapaba por su boca para enfrentarse al viento.
— No quiero que enfermes por mi culpa.
La acerqué a mí y la abracé para darle parte de mi calor. Ella se cobijó en mi pecho y descansó su cabeza en él.
— Estoy bien —su voz sonó como un ronroneo.
La abracé con más fuerza y olí el perfume de su pelo y su cuello, sin poder evitar la tentación de besárselo.
— Entonces, esperaremos un poco.
Y nos quedamos en silencio, perdidos en nuestros deseos, mientras contemplábamos como un manto blanco luchaba por asentarse en el suelo. No sé cuánto tiempo estuvimos allí de pie, abrazados, o qué era lo que ella estaba pensando, solo sabía que por nada del mundo quería dejarla marchar y que, si ella también lo quisiera, esta noche no tendría por qué acabar así. Podríamos continuar juntos hasta que el sol nos despertara en un nuevo amanecer.


¿OS HA GUSTADO?